domingo, 13 de enero de 2008

APRENDER A MIRAR LA REALIDAD DE NUESTRO MUNDO (II)

VIVIR DE ESPALDAS AL MUNDO


(Francesc Torralba Rosello)

Los conflictos que no afectan a la sociedad occidental por su lejanía o porque sus intereses no se ven comprometidos parecen no existir a los ojos de los ciudadanos asentados en el llamado primer mundo. Tenemos la impresión de estar informados de lo que ocurre al otro lado del hemisferio en tiempo real, pero la verdad es que la información es muy selectiva y está a merced de la ley de la oferta y demanda. Como consecuencia de ello, la mayor parte de información que recibimos se genera en nuestro entorno cultural, con lo que se sucumbe a la endogamia informativa. Estamos hiperinformados de lo que ocurre en Estados Unidos, en Europa y en algunos de sus países satélites, pero somos manifiestamente ignorantes de lo que acontece más allá de esta parte del mundo. El más ignorante sabe el nombre del presidente de los Estados Unidos, pero es incapaz de identificar algún presidente africano o sudamericano. A parte de los desastres naturales, hecatombes, guerras y revoluciones, la única información que tenemos de lo que está más allá de esta microesfera, atañe a la inmigración, a la crisis ecológica y, especialmente, a la amenaza del terrorismo transnacional. Y ello no es una casualidad, pues el terrorismo, se vislumbra como un fenómeno auténticamente amenazante, en la medida en que los atentados del 11S o del 11M o del 7J han mostrado unas organizaciones terroristas transnacionales capaces de actuar letalmente en cualquier lugar del globo terráqueo con una inusitada brutalidad, pero, sobre todo, porque Occidente se siente el objetivo de dicho terrorismo. Las sociedades occidentales teorizan intelectualmente sobre las causas de la inestabilidad mundial, pero sus conclusiones suelen quedar en el ámbito de las teorías o de las buenas intenciones porque su puesta en práctica supone una gran inversión. Los occidentales vivimos de espaldas al mundo. Tenemos una información sesgada y filtrada de lo que acontece en él, pero además lo que ahí acontece interesa muy poco a la ciudadanía. Nos interesa lo que ocurre en nuestro pequeño mundo y sentimos temor y temblor frente a las amenazas que pueden hacerlo tambalear. Y, sin embargo, la pobreza, las grandes desigualdades, el hambre, las pandemias causan más muertos que las guerras y las grandes catástrofes, pero no son noticia por falta de interés de los ciudadanos. La globalización de las comunicaciones acorta distancias, permite conocer lo que ocurre al otro lado del mundo en tiempo real, acerca las culturas y los pueblos y facilita la transferencia de conocimiento, pero margina a aquellas sociedades que no tienen una infraestructura mínima y las deja como zonas olvidadas para el desarrollo. El proceso de globalización se presentó, al principio, como una oportunidad para igualar diferencias entre sociedades desarrolladas y subdesarrolladas, entre sociedades ricas y pobres, entre sociedades industrializadas y agrarias, entre el Norte y el Sur. La realidad es que en muchos ámbitos del mundo, la intercomunicación es pura ficción, porque la energía eléctrica es un lujo que no está al alcance de todos, mucho menos cualquier tipo de telecomunicaciones por donde pueda actuar la globalización. Mientras las sociedades más desarrolladas avanzan, las que no disponen de medios y de los conocimientos se estancan, aumentando las diferencias económicas, de infraestructura y de conocimiento. Al no estar interconectadas con el primer mundo, estas sociedades no aparecen en los medios de comunicación y forman parte del mundo inexistente para las sociedades desarrolladas. La pobreza y la desigualdad lejos de disminuir, aumenta. Los Estados pierden protagonismo y capacidad de acción y deben ser los ciudadanos los que tomen el protagonismo para resolver en la práctica lo que conceptualmente todo el mundo acepta como necesario: la solidaridad internacional. El mundo sigue teniendo numeroso conflictos armados donde los objetivos son la población civil. Apenas sabemos nada de estos conflictos. Un universitario europeo culto es incapaz de situar en el mapa casi ninguno de los países que están en litigio. Cada año el número de países del cuarto mundo es mayor, ante los ojos de la sociedad occidental que parece no ver la realidad. Sólo la solidaridad de los ciudadanos del primer mundo podrá invertir la tendencia. La transformación de la sociedad debe ser completada haciendo que los ciudadanos se sientan ciudadanos del orbe antes que ciudadanos de cada nación. Afortunadamente no faltan ejemplos de entrega y de generosidad como los de muchos cooperantes que bajo la camiseta de una ONG dan ejemplo a todos o los misioneros y misioneras católicas que dan testimonio de la mejor parte de la sociedad. No todo está perdido. Debemos seguir la estela de quienes han captado, con lucidez, la situación real de nuestro mundo

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