domingo, 2 de noviembre de 2008

Testimonio de una religiosa ss.cc. entre los refugiados cristianos hindúes

El 11 de septiembre me incorporé al primer grupo que iba a los campamentos de refugiados en el distrito de Kandhamal. Fuimos cuatro religiosas de diferentes congregaciones. Antes de ir al campamento tuvimos una sesión de orientación dada por una Hermana MC y algunos sacerdotes que están familiarizados con los campamentos de refugiados. Nos pidieron que lleváramos ropa laica, con pulseras, pendientes, etc. Nuestra presencia como religiosas debía ser anónima.

Durante las seis horas de viaje las hermanas y yo teníamos sentimientos encontrados, sobre todo, porque éramos el primer grupo que penetraban en la zona para la labor de socorro. En el camino pudimos ver muchas casas quemadas, destruidas y las carreteras bloqueadas con muchos árboles y enormes piedras. No vimos gente en el camino. Alrededor de las 5 de la tarde llegamos a Raikia, al convento de las Hijas de la Caridad. El convento, la escuela, la guardería y el albergue estaban rodeados por la Policía.
Al día siguiente estábamos dispuestas a ir a los campos de refugiados, con entusiasmo, pues nos habíamos preparado bien. El campamento estaba muy cerca del convento. Cogimos las cajas de medicinas y emprendimos el camino con el doctor. En una tienda estaba el equipo médico del gobierno, y se sorprendieron al vernos. Nuestro equipo procedió con calma y comenzó a trabajar e interaccionar con la gente. Poco a poco la gente llegaba para recibir asistencia y en pocos minutos hubo una gran multitud. La gente estaba contenta con nuestra forma de actuar y distribuir los medicamentos. Al poco tiempo, nuestro médico local recibió una llamada telefónica del las autoridades pidiéndole que abandonara el lugar lo antes posible. De lo contrario, podría tener problemas.
Fue un momento difícil, ver cómo venían los pacientes y no tener un médico que les atendiera. Decidimos pedir a una de las enfermeras que estaba cualificada, que tomara el lugar del médico. Mientras tanto, recibimos una llamada del sacerdote que vino con nosotros. Nos dijo que teníamos que abandonar el lugar inmediatamente.Tuvimos miedo, no sabíamos qué hacer. Había pacientes con muchos problemas y tuvimos que abandonar sin decirles nada. Me sentí fatal y yo no quería abandonarles, así que me quedé y continué dándoles medicinas.
En ese momento, se nos pidió que no habláramos con nadie. Poco a poco salimos del campamento y regresamos al convento sintiéndonos mal por nuestra desagradable experiencia del primer día. Queríamos estar con el pueblo, a su servicio. Pero tanto si nos gustaba o no, no teníamos más remedio que aceptar la situación. Más tarde nos enteramos que las personas hindúes que trabajaban en el campo de refugiados denunciaron a la policía la presencia del médico local y que era cristiano. Durante casi un día completo, tuvimos que permanecer en el convento sin poder ir al campamento a trabajar. La Conferencia de Religiosos de la India organizó otro grupo con cuatro médicos de Bangalore y otras tres hermanas religiosas como enfermeras. Al día siguiente llegaron con medicinas y alimentos para el campamento.
Al fin recibimos de nuevo permiso para regresar al campamento y asistir a las personas. Fuimos por la mañana, bien pronto, con las medicinas. Vinieron muchos pacientes. Estábamos contentas de poder servirles y ayudarles desde la mañana hasta la noche. La fila de pacientes no tenía fin. Por la noche, al no haber luz, tuvimos que dejar de trabajar y pedimos a la gente que volvieran al día siguiente. No nos dábamos cuenta de la rapidez con que las horas pasaban. Después de cenar tuvimos una evaluación con los doctores para ver cómo había ido el día. La evaluación fue positiva, pero todavía había muchas cosas que hacer. Sentíamos que necesitábamos una mayor interacción con la gente. Todos sugerimos que tuviéramos al menos un poco de conversación con la gente acerca de sus experiencias. Nos dimos cuenta que teníamos que tener cuidado pues algunas personas nos vigilaban y sospechaban que éramos religiosos.
Al día siguiente, nos permitieron ir al segundo campamento, situado en una escuela, donde la situación era peor que en el primero. Muchas personas se estaban muriendo de diarrea y malaria. En esos días llovía mucho y eso hacía que las personas se enfermaran más. El campamento estaba hasta los topes. El terreno estaba muy húmedo y no tenían plásticos para dormir. La ropa estaba mojada y no tenían para cambiarse. Los alimentos se cocinaban al aire libre sin condiciones higiénicas. Durante los días siguientes nos dividimos en dos grupos para atender los distintos campamentos. A veces podíamos preguntar a la gente sobre su familiares, especialmente aquéllos que fueron asesinados, quemados vivos. También por la situación de sus casas, muchas de ellas destruidas. La gente lloraba al relatarnos sus increíbles historias. Había una mujer con un niño pequeño cuyo marido fue asesinado delante de ella. Los fundamentalistas le dijeron que se convirtiera al hinduismo. Ella respondió: “Si mi esposo estuviera vivo, habría pensado en ello, pero ahora nunca me convertiré al hinduismo." Les respondió al tiempo que apretaba la cruz que llevaba al cuello.
Había un hombre que acaba de escaparse de la gente hindú que quería matarlo. Fue golpeado brutalmente. Cuando hablamos con él dijo que primero sacaron todas las cosas de la casa. Luego pusieron gasolina sobre él para quemarle, pero de alguna forma sacó fuerzas, empujó al hombre que tenía enfrente y le dio una bofetada.
Seguro que la gente continuará llorando al compartir sus historias. La mayoría de ellos están en estado de shock, especialmente los niños pequeños que han visto la violencia y la destrucción con sus propios ojos. Nosotros simplemente escuchábamos sus historias, pero no sabíamos cómo ayudarles.
Cada día más de diez historias eran relatadas por las víctimas. Para nosotros era muy doloroso escucharles. Pero su fe en Dios era más fuerte que la mía. Una familia vino mientras estábamos con el médico. Acababan de llegar al campamento con dos niños pequeños. Estaban emocionados cuando se enteraron que habían venido médicos de otros estados de la India para ayudarles. Nos contaron su historia. Al final el hombre nos dijo: “Hermana, durante estos cinco días en la selva toda mi familia sintió la presencia de Dios, aunque no teníamos nada para comer, nunca estuvimos hambrientos y mis hijos no lloraron. Por eso pudimos escondernos y ahora estamos vivos, porque Dios está con nosotros”. En su difícil situación, la familia sintió la presencia de Dios y estaban agradecidos por estar a salvo.
Un día recibimos permiso para ir a las tiendas de campaña y hablar con la gente y también para examinar a los niños pequeños y ver si estaban tomando la medicina adecuada. Nos sentimos muy contentas de poder estar más cerca de las víctimas. Por la mañana fuimos a cada tienda de campaña y hablamos con la gente y detectamos las personas enfermas. Al mismo tiempo escuchábamos sus historias. Muchos no se sentían seguros en el campamento, pues en uno de ellos, un grupo de hindúes intentó matar a todos los cristianos envenenando el agua. La situación empeoró por la lluvia y la falta de medicinas. Después de llover durante cuatro días consecutivos, el sol apareció e iluminó la situación de los campamentos. Los niños fueron capaces de salir y jugar y la gente pudo lavar y secar sus ropas.
Hay muchas más experiencias que me gustaría compartir y que aún están ocurriendo. La gente sigue sufriendo. Abandoné el campamento después de 10 días, llevando en mi corazón a toda la gente que encontré, sus trágicas experiencias y sus historias. A través de esta experiencia muchos sentimientos se mezclan en mi corazón. Estoy contenta de haber tenido la oportunidad de compartir con ellos y poder hacer algo por ellos. Agradezco a las Hermanas y Hermanos que me han apoyado con su cariño y oración durante mi estancia en los campos de refugiados.

Nirmala Kujur ss.cc.

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