Hacia un ecumenismo universal forjado en torno a la humanidad sufriente.
Parece cierto que el ingente esfuerzo requerido para que se avance en la lucha contra la injusticia pasa por la elaboración de un proyecto común de muy amplio espectro, en el que pudieran converger todos los seres humanos sensibles al clamor de las víctimas que esa injusticia genera, cualquiera que sea el pueblo al que pertenezcan, las creencias que tengan o la fe religiosa que confiesen.
Esta preocupación empieza a ser hoy intensamente sentida en el campo de la teología cristiana. Martín Velasco, refiriéndose concretamente a la construcción de Europa, demanda la “elaboración de un proyecto común” que supone “la búsqueda de una base común, lo más amplia posible, en la que coincidamos, y, posteriormente, la convergencia de lo mejor de cada tradición en una búsqueda ecuménica realizable a través de la discusión y el diálogo”. H. Küng viene insistiendo en los últimos años en la necesidad de una ética común para la política y la economía mundiales, que comprometa a todos en la construcción de un mundo más pacífico, más justo y más humano. E. Schillebeeckx habla de una “ecumene de la humanidad que sufre, informada por la acción solidaria con la causa del pobre y del oprimido. Y J. B. Metz, por su parte, habla de una “ecumene de la compasión”, forjada por la sensibilidad ante el sufrimiento de las víctimas, que podría constituir “la base de una coalición de las religiones para salvar la compasión y política en nuestro mundo en oposición común contra las causas del sufrimiento inocente e injusto en el mundo”.
Para que se vaya formando esta “ecumene de la compasión frente al sufrimiento humano” González Faus señala tres rasgos que le parecen especialmente significativos por su profunda humanidad y universalidad: “Frente a la cultura consumista hay que propagar una conciencia del uso sencillo de las cosas, en la medida que son verdaderamente necesarias…Frente a la cultura de aprovechar todas las posibilidades, hay que crear una conciencia del respeto que no busque hacer las cosas simplemente ‘porque se puede’…sino porque son convenientes para las mayorías. Frente a la cultura de la indiferencia ante la exclusión, hay que crear una conciencia de lo intolerable de la exclusión y del imperativo inapelable de la lucha contra ella”. Todos tendríamos que sentir la necesidad de contribuir a crear y fortalecer ese ambicioso proyecto de alcance universal.
Parece cierto que el ingente esfuerzo requerido para que se avance en la lucha contra la injusticia pasa por la elaboración de un proyecto común de muy amplio espectro, en el que pudieran converger todos los seres humanos sensibles al clamor de las víctimas que esa injusticia genera, cualquiera que sea el pueblo al que pertenezcan, las creencias que tengan o la fe religiosa que confiesen.
Esta preocupación empieza a ser hoy intensamente sentida en el campo de la teología cristiana. Martín Velasco, refiriéndose concretamente a la construcción de Europa, demanda la “elaboración de un proyecto común” que supone “la búsqueda de una base común, lo más amplia posible, en la que coincidamos, y, posteriormente, la convergencia de lo mejor de cada tradición en una búsqueda ecuménica realizable a través de la discusión y el diálogo”. H. Küng viene insistiendo en los últimos años en la necesidad de una ética común para la política y la economía mundiales, que comprometa a todos en la construcción de un mundo más pacífico, más justo y más humano. E. Schillebeeckx habla de una “ecumene de la humanidad que sufre, informada por la acción solidaria con la causa del pobre y del oprimido. Y J. B. Metz, por su parte, habla de una “ecumene de la compasión”, forjada por la sensibilidad ante el sufrimiento de las víctimas, que podría constituir “la base de una coalición de las religiones para salvar la compasión y política en nuestro mundo en oposición común contra las causas del sufrimiento inocente e injusto en el mundo”.
Para que se vaya formando esta “ecumene de la compasión frente al sufrimiento humano” González Faus señala tres rasgos que le parecen especialmente significativos por su profunda humanidad y universalidad: “Frente a la cultura consumista hay que propagar una conciencia del uso sencillo de las cosas, en la medida que son verdaderamente necesarias…Frente a la cultura de aprovechar todas las posibilidades, hay que crear una conciencia del respeto que no busque hacer las cosas simplemente ‘porque se puede’…sino porque son convenientes para las mayorías. Frente a la cultura de la indiferencia ante la exclusión, hay que crear una conciencia de lo intolerable de la exclusión y del imperativo inapelable de la lucha contra ella”. Todos tendríamos que sentir la necesidad de contribuir a crear y fortalecer ese ambicioso proyecto de alcance universal.
Julio Lois Fernández
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